El segundo paso de mucha alegría, resulta el escucharlo decir: pa...pa...ma....ma..agua...tete...mío..., etc., etc. Allí comienza el habla en el hombre. El habla es un don divino que proviene de Dios y el hombre lo debe agradecer en el infinito.
Escuchar a un niño hablar, resulta muy bello y de mucha alegría, él habla muy corto, muy bonito algo inconcluso pero muy interesante, y nosotros los adultos sonreímos y festejamos lo bello, bello y sano de su habla.
Son sus padres, tíos y otros familiares los que se encargan más adelante a enseñarles el extenso vocabulario soez, así es como se aprenden las insolencias y las malas palabras, los niños mal enseñados enseñan a los otros niños las malas palabras que les fueron enseñadas en sus hogares.
Con el correr del tiempo he observado a mí alrededor, con suficiente asombro, como ya se transformó nuestro idioma, de cada diez palabras que se pronuncian nueve son insolencias y lo peor es que las damas las pronuncian tan igual que los hombres y además le son admitidas por ellas mismas.
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